The Summer Is Over

No podría precisar cuando cambió en mí el regocijo que me traía el Verano. Cuando la vida era más simple que ahora, el solo hecho de mencionar la palabra Verano, me envolvía en una especie de éxtasis expectante de su llegada.

La Primavera y yo nunca fuimos muy amigas, el polén y mis alergias nunca hicieron buenas migas. Por supuesto que el panorama reverdecido y cubierto de flores y colores es encantador. Sin embargo, nunca la sentí mía, además siempre ha sido muy linda y simple para mi gusto, me hace sentir como que ocultara algo...

En cambio el verano, es sincero, está el sol y está la lluvia, está la brisa cálida, están los repentinos viajes a la playa, solo para aspirar el olor del mar o sentir la fina arena escurrirse entre los dedos de tus pies... La ropa ligera, el nada que hacer, el cero estrés... Tardes en la alberca o en el charco más cercano, tomarme un helado y no sentir culpa... Estrenar nuevo tono de piel... El verano... Tiene su magia.

La verdad no sé, de un tiempo a esta parte, solo me percato que es verano cuando voy echando chispas en los cambios de luz del semáforo, o cuando la humedad me agobia y he de bañarme tan frecuente como me sea posible, porque si no la pesadez y el sudor me hacen sentir miserable. Ahora lo que siento es que me hincho de tanto líquido paliativo, que cada vez me cuesta más respirar, que quisiera tener acondicionador de aire dentro de la ropa que llevo puesta, me sofoco, cuerdas de sudor que se deslizan por todo mi cuerpo, haraganería (no rindo en el gimnasio). Me apetece una suerte de inmovilidad, de hacer nada...

Añoro los días en los que el sol, envuelto en su tibio misticismo, me mecía a la sombra de una palma, mientras una de mis manos sostenía una limonada frozen y la otra cualquier lectura trivial.

Se acaba el verano, y casi ni me di cuenta que vino... Creo que es hora de volver a lo básico, de disfrutar de los placeres bonitos y sencillos, el tránsito es muy corto para desperdiciarlo entre cuatro paredes en las que nunca es de noche.